Chile: ¡Remezón Total!.. Mucho más que casas y edificios habrá que reconstruir

Ciertamente en Chile estamos lejos de eso. Hemos empezado una nueva etapa, que duda cabe. Tras el remezón de la tierra a nuestros pies, ha seguido el terremoto de la incertidumbre y la falta de comunicación.
Un alto funcionario de la comuna del Alto Biobio lo confidenció alarmado a este periodista: “Esto no lo sabe nadie..pero se cortó totalmente la comunicación con la represa luego del terremoto..tuvo que ir un furgón de Carabineros para allá….pero ¿y si no hubiese podido pasar?” me señala el funcionario...

Por Cristian Opaso
Desde Santa Bárbara, en las riberas del río Biobio, a unos 160 kilómetros del epicentro del terremoto.


El destino quiso que Sebastián Piñera, el nuevo presidente de Chile, llegara al poder de la mano de los militares, a los que de alguna manera representa, aunque sea de una derecha más liberal. El nuevo mandatario fue funcionario público durante la administración de Pinochet, antes de embarcarse en su exitosa carrera de empresario privado y unirse a una derecha, la de su partido Renovación Nacional, que se distanció de los militares. Pero esta noche los militares controlan las calles de ciudades en tres de las catorce regiones del país y prohíben desplazarse sin salvoconducto: el famoso toque de queda que los chilenos sufrieran durante más de diez años durante la dictadura de Pinochet.

Las fuertes réplicas que se sintieron durante la ceremonia del traspaso de mando del jueves, parecieron apropiadas. Hace veinte años que los militares estaban encerrados en sus cuarteles y hace cincuenta que la derecha no asumía democráticamente el poder político. Pero los remezones, cómo todo el mundo sabe, comenzaron hace una docena ya de días.

Lo que poco se comenta es que el terremoto de la madrugada del sábado 27 de febrero estremeció mucho más que los cimientos de casas y edificios de todo el centro-sur de Chile y sus víctimas fueron muchas más que las más de 400 víctimas fatales contabilizadas hasta el momento (que bajaron de una cifra inicial de 800). Como bien dijera un locutor de radio: “lo peor vino después del terremoto”.

Con 8.8 grados en la escala de Richter, fue el quinto más fuerte de los registrados en la historia. Su epicentro fue en Cobquecura, localidad costera a pocos kilómetros de Chillán, el epicentro del terremoto de 1960, el más fuerte de todos los registrados hasta ahora.

Pero el país parece no haber aprendido bien la lección. Fuera de construir las casas con técnicas antisísmicas -lo que ciertamente no es menor y evitó muchísimos daños en casas y edificios- todo el resto falló. La institución creada a raíz de ese sismo chillanejo y posterior tsunami del 60, el Servicio Hidrológico y Oceanográfico de la Armada, SHOA, no pudo cumplir con su principal objetivo, el monitorear y avisar a la población amenazada y está siendo hoy día objeto de una investigación sumaria. Tampoco cumplió con su labor la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior, ONEMI.

Pero el problema va mucho más allá. Para ser justos, tampoco cumplieron con sus deberes las otras autoridades políticas, ni el conjunto de las cuatro ramas de las Fuerzas Armas: ni el Ejército, ni la Aviación, ni la Marina, ni tampoco la fuerza más cercana a la gente, que tiene destacamentos a lo largo y ancho del país, la policía de Carabineros.

Estas fallas, a la que habría que agregar la falta casi absoluta de información -desde el nivel de la Presidencia del país hasta los autoridades de los pequeños pueblos del interior, como el que habito- y la insólita violencia generada en algunas de las grandes ciudades, adonde las “masas” desesperadas y empobrecidas, pero también muchas no tanto, se dedicaron a saquear lo que podían -o a especular como podían- derrumbaron, ante nosotros y el mundo, la imagen de modernidad, estabilidad y eficiencia de la que por tantos años algunos se han jactado.

La reconstrucción del país ciertamente tardará mucho más tiempo que el que lleve reconstruir las docenas sino cientos de miles de casas destruidas, e involucrará a mucho más actores que el gobierno y los militares, cuya presencia pedían a gritos, no sin razón, autoridades y vecinos que suplicaban a través de las radioemisoras y canales de televisión del país que estos intervinieran ante los saqueos no sólo de grandes supermercados, sino de algunos barrios acomodados.

Tenemos los cielos más claros del planeta y se está instalando en el norte del país el radio telescopio más potente de la historia, el proyecto Alma, que consta de cerca de 80 antenas parabólicas móviles que tendrán una sensibilidad 10 veces mayor a cualquier otro instrumento, con el que se podrán escuchar y “mirar” objetos nunca antes vistos.

Sin embargo, nuestra Presidenta y sus representantes a través del país (Intendentes y Gobernadores) no dispusieron de teléfonos satelitales u otros sistemas de comunicaciones seguros para hablar entre ellos en caso de emergencia, a pesar de que con seguridad disponen de estos equipos y/o otros alternativos, por lo menos el ejército, la fuerza aérea y la marina, además de varias empresas privadas.

Nuestro país tiene sofisticadísimas instalaciones sismológicas, hidroacústicas y de infrasonido, algunas parte de una red mundial que rastrea los cielos, la tierra y los océanos de todo el mundo, en búsqueda del menor de los movimientos o el más escondido de los sonidos que puedan tener que ver con una explosión nuclear para transmitir la información miles de kilómetros de distancia a la central mundial en Austria.

Sin embargo en la isla Juan Fernández, donde se ubican dos de las siete sofisticadísimas estaciones de la red IMS (Sistema Internacional de Monitoreo) de las Naciones Unidas ubicadas en territorio chileno fue una niña de doce años la que tuvo que golpear un gong para dar la alarma de tsunami

“No es momento para criticar” me decía un pariente al que le gritaba hace pocos días algunas de estas reflexiones.

Sin embargo, una mínima ética humana y profesional nos exige reflexionar profundamente, duélale a quien le duela.

Me explico. He aquí lo que este periodista vivió aquella noche y los días siguientes


“Se cayeron las represas”


Vivo en un pueblo precordillerano a 500 kilómetros al sur de Santiago, a orillas del Biobio, en la parte precordillerana de la cuenca del río que desemboca en Concepción, la urbe más afectada por el terremoto y sus efectos posteriores. Santa Bárbara se llama el pueblo y se hizo conocido por estar cercano al Alto Biobio, territorio de los Mapuche-Pehuenche, pueblo que en la década de los 90’s diera una fuertísima lucha en contra de dos grandes represas-y sus respectivos embalses- que finalmente fueron construidas: la central Pangue y la Central Ralco que se yerguen a unos 60 y 80 kilómetros aguas arriba, contienen con sus enormes muros de cemento una enorme cantidad de agua. Sólo Pangue contiene unos 175 millones de metros cúbicos y muchos más la Central Ralco, con una embalse de una superficie 7 veces mayor. Por estos precisos días ha comenzado a pocos kilómetros aguas arriba del pueblo la construcción de una tercera, la Central Angostura de Colbún, a pesar de la oposición de la gran mayoría del pueblo y de múltiples asuntos pendientes con las dos anteriores.

Como millones de chilenos y chilenas desperté a las 3:34 am del sábado 27 de febrero con una remezón que, lejos de parar, siguió y siguió (de hecho las réplicas continúan mientras esto escribo, a casi dos semanas de los hechos). Nos costó mucho llegar a la puerta de mi casa de madera, mi señora y mi hija de 10 años, a pesar de mis gritos, no salían nunca. ¡Es que era tan fuerte el terremoto que no podían caminar sin caerse!

Luego de llegar todos al cincel de la puerta comencé a buscar las dos linternas a dínamo de las que dispongo y que por supuesto no estaban adonde debían. Tras cruzar la cocina y enterrarme un pequeño trozo de vidrio de la botella de aceite que se había caído, logré subir a mi ofician y entre los cientos de libros y papeles en el suelo pude recuperar por lo menos una de las linternas y un rato después una radio también con capacidad de autogenerar energía dando vueltas y vueltas a una palanca.

Nos amanecimos todos aterrados en la calle, en medio de una niebla alumbrada por una luna casi llena. A esas alturas éramos cerca de una docena de personas del vecindario que nos juntamos. Una de ellas un vecino con el que, por diferencia políticas, no nos hablábamos hace años. Es que él fue alguna vez procesado por violación a los derechos humanos y yo conducía un programa en la radio local denunciando estos hechos Con otro vecino, una mujer, tampoco nos hablábamos mucho, aunque por motivos menos graves, que ni siquiera podría precisar: lo normal estos días, antes del terremoto, era no hablar mucho con los vecinos.

“Se cayó la represa” era el comentario que escuchaban algunos de los que aterrados se dirigieron, como pudieron, a las zonas altas del pueblo. Uno llamó hasta el extremo norte del país, a Calama, para informar del desastre que, gracias a todos los dioses, nunca fue.

Pero Victor Osorio de 75 años literalmente murió de susto. Su corazón, ya con problemas anteriores (cardiopatía coronaria e hipertensión), no soportó la incertidumbre y el pánico de los cientos que desordenadamente arrancaron a los cerros cercanos.

“Iba corriendo hacia el cerro..seguramente le gatilló el problema” reconoce Anny Quintana, directora del Hospital de Santa Barbara.

¿Hubiese ocurrido lo mismo si se hubiese sabido y comunicado prontamente, que no habían problemas con la central? Es decir, si hubiese un plan de alerta temprana y de emergencia como ameritan las circunstancias, asunto que han intentado hacer por años vecinos de toda la cuenca, acudiendo a la empresa Endesa, al parlamento, a la justicia y a instancias internacionales como el Banco Mundial, sin suerte hasta el momento, salvo en teoría un pequeño sector cercano a Los Angeles, que sufriera las mortales inundaciones de 2006.

Algunos, muy pocos, habíamos sabido pocos minutos después que al parecer no habían problemas aguas arriba. Pero esto porque había caminado los 300 metros que me separan del Cuerpo de Bomberos y ellos se habían comunicado por radio con sus colegas de el villorio cercano a las presas, el de Ralco.

Sólo a las 5:30 am, o sea casi dos horas después del terremoto, pasó una patrullera de carabineros, diciéndole a la gente que tuviese calma: que la central no tenia problemas.

El mal llamado plan de emergencia que existía para el terremoto decía que ante la eventualidad de un accidente mayor en las represas la sirena de bomberos tocaría ininterrumpidamente. Eso lo sabían por lo menos los bomberos, lo que en un plan serio de alerta temprana es por supuesto insuficiente. ¡Pero la sirena tampoco podría haber tocado, ya que el generador del que dispone bomberos no era capaz de hacer funcionar la sirena! Aún más: como veremos, ¡si siquiera los bomberos se hubiesen enterado!

Nada sabe con exactitud que hubiese pasado si bajo las actuales circunstancias, hubiesen cedido las represas, asunto muy improbable es verdad, pero ciertamente no imposible. Probablemente villorios y pueblos enteros arrasados: Callaqui, Quilaco, Santa Bárbara, Duqueco, Negrete, Hualqui..y quien sabe cuántos lugares más hubiesen sucumbido, inundados aún más que el 2006, cuando a raíz de fuertes lluvias, las represas abrieron, sin aviso, sus compuertas, provocando la muerte de nueve personas, desde el curso medio hasta cerca de la desembocadura, hechos que aún no se prueban judicialmente, pero que fueron objeto de una comisión investigadora en el parlamento y que ya son parte ya de la historia local

Los que nos amanecimos esa noche en muestro calle San Martín, aledaña al río decidimos no arrancar hacia los cerros. Nos quedamos casi mudos, escuchando a ratos una lejana señal de radio que iba y venía entre el crujir de la manivela del dínamo.


La lejana voz de Santiago

Esa madrugada del sábado la única fuente de información a la que teníamos acceso radio a la que teníamos acceso era la radio ADN, transmitiendo ¡desde Santiago! A pesar de las críticas, a las que me he sumado, de que este consorcio español controle casi la mitad de las radioemisoras del país, esa noche, durante las primeras cinco horas, fue esa señal originada en la capital y retransmitida por repetidoras locales, la única que podíamos escuchar.

Escuchamos a la presidenta Bachelet, que habla al país aproximadamente a las 5:45 am, dos horas después del sismo, para pedir calma y con evidente falta de información. No dice que ha habido un tsunami, ni tiene información detallada de lo que sucede en otras regiones del país.

Al día siguiente, la radio Biobío que logra salir al aire más de ocho horas después del terremoto, pero que posteriormente es prácticamente la única radio que se escucha en el centro sur del país, da a conocer información inquietante.

A media tarde del día siguiente del terremoto, la Presidenta y algunos ministros ofrecen una conferencia de prensa.

Francisco Vidal, el Ministro de Defensa, señala que hubo un error de parte de la Armada, que en un principio no habría dado la alerta para el tsunami:

“Era maremoto aquí..y en Burundi” señaló el ministro, explicando el error inicial de la Armada, quien en un principio habría desechado que se tratara de un tsunami para después, cuando era tarde, retractarse.

Al día siguiente un alto oficial de la Armada responde a través de Canal 13 de televisión que ellos habían transmitido la información y le echa la culpa a la oficina de emergencia ONEMI, quien posteriormente, a través de su directora Carmen Fernández señala que en realidad no se dispone del tiempo suficiente para avisar y que las Capitanías de Puerto, dependientes de la Armada, podrían también haber dado el aviso de emergencia.

En esa conferencia de prensa, a un día y medio del terremoto se da a conocer que se declaraba el Estado de catástrofe en las zonas más afectadas, lo que significaba que estaban a cargo del orden publico Generales del Ejército pero “subordinados a las autoridades políticas” como se preocupó de aclarar Vidal.

Pero posteriormente un corresponsal de la radio Biobio informa que en la ciudad de Chillán habían salido tropas del ejército, pero que habían tenido que regresar a su cuartel ya que no habían sido autorizadas por el gobernador.

Ese día domingo Viera Gallo, otro ministro de la administración saliente, reconoce que “las comunicaciones fueron el principal problema”.

Al mediodía de esa jornada, hablando informalmente en mi pueblo con un oficial de Carabineros me había señalado que el sistema de comunicación nacional que mantenían, que era a través de telefonía IP y que era operado por la empresa privada Entel, había colapsado junto con el terremoto y que no tenían comunicación radial ni con Los Angeles, la cabecera de provincia ubicada a 33 kilómetros de distancia.

Pero los problemas de comunicación fueron aun más extendidos.

Daniel Iraira el alcalde de Santa Bárbara alegaba por la radio que el gobernador de la provincia del Biobío Esteban Krausse no lo invitaba a las reuniones de emergencia. Iraira incluso alegó en la radio que la gobernación no trabajó el día domingo: desconocía que ese día lo hacía en el edificio de la Prefectura de Carabineros ubicado detrás de la gobernación. El gobernador Krausse alegaba a su vez que su superior, el Intendente Jaime Toha no lo escuchaba.

Esto era literalmente cierto, según lo confesara el chofer de la gobernación quien en una conversación informal señalara que el gobernador, máxima autoridad de la provincia, no podía comunicarse con Concepción, sede del gobierno regional. Además, señalaba el funcionario, las radios de onda corta (HF) que años atrás comunicaban a todas las oficinas del gobierno a través del país habían sido desmanteladas hace casi una década, desechando así uno de los principales sistemas de autónomos de telecomunicaciones.

Lo mismo había sucedido en el hospital de la Santa Bárbara, que antes mantenía contacto radial hasta con Santiago.


Se impone el caos

A pesar de haber sido declarado el día domingo , a mas de 24 horas del terremoto el estado de catástrofe, las fuerzas armadas y de orden demorarían otro par de días en comenzar a controlar la situación.

El lunes comienzan a difundirse por televisión las imágenes de saqueos de supermercados y los desesperados pedidos de ayuda policial y militar a través de la radio.

Los bomberos indican que necesitan protección militar para repartir agua; se avisa que se estaría asaltando en ese instante el consultorio de Candelaria, en un barrio pobre de San Pedro de la Paz, cercano a Concepción; la directora del hospital Higueras avisa que su hospital, uno de los mas grandes de Concepción solo tiene petróleo hasta esa noche; se pide que las familias evacuen a los enfermos psiquiátricos; esa noche gente de barrios de Santiago y Concepción llaman para contar que están armados defendiendo sus casas.

Los rumores y la desesperación se multiplica en las grandes ciudades, y no sólo en los barrios más pudientes. En Hualpencillo hombres, mujeres y niños se arman con fierros a la espera de los cientos de delincuentes que se dice vendrían de Boca Sur (barrio aun más pobre) a asaltar las casas.

Se comienza a saber también de las pillerías inexcusables. Estafadores que llaman por teléfono y piden depósitos a nombre de supuestos parientes afectados. Personas que se hacer pasar por empleados de la compañía de electricidad y que cobran por reponer un servicio que nunca llega. Negociantes que cobran carísimo por un poco de agua, por pan, por recargar las baterías de un celular (que se usa como radio cuando no hay señal).

¿Cuánto resentimiento y marginación laboral y social existe todavía en Chile para que se desencadene tal violencia, que se susciten tales saqueos, amenazas y pillerías?

Es lo que muchos se estarán preguntado, ya que las imágenes de los saqueos ya han recorrido el mundo.

¿Qué sucederá en ese país que hasta ayer se jactaba, con cifras en la mano, de ser el más avanzado en estabilidad política y social, crecimiento económico, telecomunicaciones y cuántos indicadores más?


Los chivos expiatorios

La incapacidad de la más minima coordinación entre los distintos niveles de las autoridades políticas, sumada a la misma incapacidad entre las autoridades civiles y las fuerzas armadas, se debe sin duda a múltiples factores, entre los que no escapan ciertamente los ciudadanos que elegimos tales autoridades y avalamos, de una u otra manera, tal estado de cosas.

Por ahora las criticas y debilidades se han centrado en quienes más evidentemente fallaron: las oficinas de vigilancia y alerta de la Armada (SHOA) y del gobierno (ONEMI).

Que estas reparticiones no hubiesen sido capaces de cumplir con su labor es algo insólito. Porque, en teoría, no es que no se hubiesen preparado, ni que adolezcan de los instrumentos necesarios. Todo lo contrario.

Según el informe oficial de Chile del año 2003 ante el organismo internacional ITSU dependiente de las Naciones Unidas, hay actualmente 18 estaciones satelitales que miden el nivel del mar y estas estaciones debiesen estar enviando información digital en tiempo real a través del sistema de comunicaciones de la Armada. Además, para mejorar aun mas el sistema de comunicaciones, en 1998 se habría instalado en Chile un terminal del sistema de comunicaciones norteamericano EMWN a través del satélite GOES y el año 2003 se habría instalado una moderna boya DART.

Por otra parte, hacen años que el Shoa, creado precisamente a raíz del terremoto de 1960, hace mapas de las zonas potencialmente inundables por tsunamis e incluso visita otros países para capacitar a las autoridades ante tales eventos, como fue el viaje del experto del Shoa Emilio Lorca quien, financiado por una institución del ONU y las las marinas de Ecuador y Colombia, fue en agosto de 2002 a estos países para ayudar en el desarrollo de un Plan Nacional de Tsunami.

El SHOA ha publicado además varios folletos educativos, entre ellos uno llamado “Como sobrevivir a un Tsunami: Once Lecciones del tsunami ocurrido en el sur de Chile el 22 de mayo de 1960”.

Hasta el año 2003, SHOA había elaborado 26 mapas de inundación para la costa chilena. Una de las localidades para los que se elaboraron los detallados estudios de potenciales áreas que se inundarían fue la ciudad costera de Constitución, la localidad que tuvo casi la totalidad de víctimas fatales que provocó el maremoto que llegó una media hora después del terremoto y que nunca fue adecuadamente detectado y avisado.

Pero las responsabilidades parecen ir incluso más allá. Contrariamente a lo señalado por algunos medios en el sentido de que un organismo norteamericano habría dado el aviso correcto y que el SHOA de la Armada chilena y la ONEMI habrían actuado inadecuadamente, la responsabilidad es claramente compartida.

El Shoa, contraparte chilena de la PTWS (Pacific Tsunami Warning Center, Centro de Avisos de Tsunami del Pacífico), que depende orgánicamente de las Naciones Unidas y que recibe y manda información permanente desde su central en Hawai, emitió comunicados poco claros y sólo alertó del tsuinami a las 6:47 hora chilena, siendo que el maremoto atacó algunas zonas alrededor de media hora después del terremoto.

A las 3:46 hora local chilena, o sea 12 minutos después del terremoto, se dio la primera alerta de un posible tsunami para Chile y Perú. El mensaje señalaba que el boletín “era solo una sugerencia para las agencias gubernamentales y que sólo las agencias nacionales y locales tienen la autoridad para tomar decisiones respecto a un estado oficial de alerta en sus áreas y las acciones que se puedan adoptar como respuesta.

Sólo el boletín de tsunami Numero 4, emitido a las 6:47 hora chilena, o sea, a más de tres horas del terremoto, señala claramente en una sección llamada evaluación lo que debiese haber sido obvio horas antes:

“…los niveles del mar indican que se ha generado un tsunami. Pudo haber sido destructivo en las zonas costeras cercanas al epicentro del terremoto y podría ser una amenaza para zonas mas alejadas. Las autoridades deben implementar acciones apropiadas en respuesta a esta posibilidad. Este centro continuará monitoreando la información sobre el nivel del mar para determinar la extensión y severidad de la amenaza…” dice el boletín archivado en la pagina oficial del PTWS de Hawai.


Las razones de fondo

Decíamos anteriormente que la falta de la más minima coordinación entre los distintos niveles de las autoridades políticas, sumada a la misma incapacidad entre las autoridades civiles y las fuerza armadas, se debía sin duda a múltiples factores.

Pero si hubiese que sintetizar, se podrían mencionar dos factores, con múltiples expresiones (no los únicos por cierto) que están a la base de los problemas que hemos tenido esta inolvidable semana.

El primero sería el pensar que la modernidad, o sea el desarrollo, consiste y se afirma principalmente en tener lo último en tecnología, sin recabar en la que la utilidad de ésta esta determinada principal, sino exclusivamente, por la utilidad práctica que tenga para los problemas y situaciones reales de la población. Los insólitos chascarros comunicacionales y técnicos que vivieron desde las altas autoridades a los millones que nos quedamos sin luz, comunicaciones y electricidad en los hogares ciertamente han de hacernos pensar, quizás teniendo otras prioridades y preparándonos mejor para el futuro.

La otra gran ilusión es pensar que las Fuerzas Armadas del país están allí necesariamente separadas de la población civil (la que además se puede convertir en enemigo, como necesitaron convencerse para ejecutar el golpe militar de 1973) y que su principal función es prepararse para grandes guerras con los vecinos y/o en alianza con los poderosos, o sea con los EEUU, y no prepararse para enfrentar las catástrofes naturales, como el terremoto que acabamos de sufrir, o el cambio climático -cuyos nefastos efectos recién comenzamos a sentir- ambas situaciones con mucho mayor probabilidades de suceder que una guerra con los vecinos.

¿Cómo es posible que a nuestras fuerzas armadas EEUU les vendan cazabombarderos F-16, equipados con misiles aire-aire y aire-tierra hasta hoy vetados en America Latina, si estas fuerzas demoran 4 horas para tener un helicóptero a disposición de la mas alta autoridad del país?

¿Cómo es posible que unas 10 semanas antes del terremoto, el 10 de febrero para ser precisos, se haya izado en Mobile, Alabama, la bandera chilena en el buque estanque Almirante Montt, ex USNS Andrew J Higgins, y se anuncie que el buque tanque ahora de la Armada se ha comprometido por 10 años a reabastecer a la marina norteamericana en la zona del Pacífico sur, si ni esta Armada, ni el Ejército de Chile, ni las auridades civiles pueden poner a disposición de las autoridades nacionales con la prontitud necesaria, el combustible para operar hospitales?

¿Porque fue necesario que Hillary Clinton le entregara, un par de días después del terremoto, 25 de 70 teléfonos satelitales donados al gobierno chileno, si según Ignacio Castro ejecutivo de GPS Adventure, una de las pocas empresas que arriendan teléfonos satelitales, habrían entre 3500 a 4000 de estos teléfonos operando en el país, tanto en la empresa privada como en las Fuerzas Armadas?


La larga reconstrucción

El camino será ciertamente largo. Lo anticipó la propia presidenta saliente cuando, en las conclusiones de la investigación que realizó durante su estadía Colegio Interamericano de Defensa, en Fort Lesley J. McNair, Washington, DC, señalaba:

“…Para una adecuada consolidación de la democracia se requiere de Gobiernos civiles fuertes, competentes, responsables, probos, capaces de ejercer la autoridad que les ha sido entregada por la voluntad popular y además conocedores de los temas militares. Se requiere asimismo del establecimiento de procesos de construcción de confianzas, que se desarrollan en el trabajo cotidiano conjunto, en el análisis de los temas especializados, en la búsqueda de soluciones y perspectivas que logren articular las dimensiones y especificidades política, civil y militar.”

Ciertamente en Chile estamos lejos de eso. Hemos empezado una nueva etapa, que duda cabe. Tras el remezón de la tierra a nuestros pies, ha seguido el terremoto de la incertidumbre y la falta de comunicación. Y las réplicas, de todo tipo, continúan, tanto en mi pueblo como en el país todo.

Días después del terremoto, en una conversación formal con el suboficial mayor Cerda de la Comisaría de Santa Bárbara, éste me señala muy suelto de cuerpo que 10 minutos después del terremoto ellos sabían que no había problemas con las represas aguas arriba y que habían avisado con tiempo a los habitantes, aunque reconoce que lo hicieron primero con los cientos que arrancaron hacia los cerros. Cuenta además que un carro policial de la localidad de Ralco había ido a la presa Pangue, ya que el procedimiento normal era el de confirmar lo que informaba la empresa.

Ese mismo día una delegación de la Alcaldía local y bomberos había visitado las represas y días después el principal diario de la zona titula en portada:“Represas de Alto Biobío no muestran problemas”.

De lo que tanto el oficial de carabineros como la delegación alcaldicia parecen no haberse enterado fue que al momento del terremoto a la represa ¡también se les cortó la comunicación!

Un alto funcionario de la comuna del Alto Biobio lo confidenció alarmado a este periodista:

“Esto no lo sabe nadie..pero se cortó totalmente la comunicación con la represa luego del terremoto..tuvo que ir un furgón de Carabineros para allá….pero ¿y si no hubiese podido pasar?” me señala el funcionario.

Pero han seguido también otras réplicas. Ante el terremoto total que nos ha afectado, la gente sigue intentando reforzar lazos con lo que tiene más a mano: los vecinos. Personas que nunca antes se habían hablado, lo hicieron con cariño y preocupación; vecinos que sólo se miraban de reojo, se juntan para planificar no sólo la autodefensa armada, que tanto se difundió en su momento por algunos medios, sino la defensa pacífica de sus barrios y sobretodo la actitud solidaria de enfrentar en conjunto los problemas esenciales de la vida: compartir el agua, compartir la comida y los rudimentarios techos de las miles de improvisados campamentos nocturnos.

El día del final de la campaña televisiva para recolectar alimentos, que superó con creces lo esperado, los presidentes saliente y entrante se dieron un efusivo abrazo.

Falta aun que la ciudadanía toda pueda hacer lo mismo con los militares, y con sus vecinos.

No se ve fácil: horas antes de que asumiera Piñera cinco infantes de marina, cuidando el “orden público” durante el toque de queda en la localidad de Hualpen, le dieron una paliza a dos ciudadanos que caminaban a horas de la noche por su barrio: Daniel Riquelme, de 45 años, quedó quieto para siempre.

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